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Satisfacción y deseo: distinguiendo a Mises de Hayek

[Este artículo se publicó originalmente en Ekonomia - Wroclaw Economic Review 21, 1 (2015), 63-68]

Una de las piedras angulares de la ciencia de la economía es su periodo posterior a la revolución marginalista es la apreciación de que la necesidad de “economizar” (es decir, de maximizar la satisfacción del deseo individual mientras se minimiza la explotación de recursos productivos) deriva del hecho de que dichos recursos no son suficientes para satisfacer todos los deseos contemplados por la totalidad de agentes intencionados (Menger 1976; Mises 1996, p. 93; Rothbard 2004, pp. 5-6). Una conclusión adicional deducida a veces de estos estados de realización es que, si una entidad concreta sigue siendo un agente intencionado durante toda su vida, sus deseos tienen que ser esencialmente ilimitados, ya que en cuanto se satisficieran, la entidad en cuestión se convertiría en permanentemente pasiva, paralizada en un estado de contento final. De esto se deduce a su vez, entre otras cosas, que mientras el mundo se encuentre poblado por agentes intencionados, el concepto de equilibrio económico persistente a largo plazo está condenado a ser puramente hipotético e imaginario (Mises 1996, pp. 247-51; Rothbard 2004, pp. 320-8; Klein 2008, p. 174).

Una pregunta interesante a plantear en este contexto es si la descripción anterior muestra una imagen fiel de la psicología humana frente al concepto de satisfacción de deseos. Me parece que plantear esta pregunta de naturaleza timológica y basarla en las ideas de la teoría austriaca del valor ofrece una rara oportunidad de avanzar en nuestra comprensión de la praxeología mediante la exploración de su relación recíproca con otras ciencias de la acción humana. Aunque esas oportunidades para la fertilización cruzada intelectual interdisciplinaria son pocas y están muy distanciadas, normalmente proporcionan ideas importantes, a veces cruciales, para las disciplinas afectadas. Igual que la observación físico-empírica de que los bienes son escasos afecta a los fundamentos de la lógica de la elección, e igual que observación biológico-psicológica de que los seres humanos difieren en términos de sus atributos físicos y calidades humanas afecta a la ley ricardiana de la asociación, creo que una reflexión sobre la naturaleza de la satisfacción de los deseos puede dar más luz a nuestra comprensión de ciertos aspectos fundamentales de la teoría de precios, en particular en el contexto de los problemas planteados por el llamado “debate de la distinción”. Así que en la primera parte de lo que sigue desarrollaré el concepto el concepto de satisfacción de deseos y presentaré lo que creo que es la interpretación psicológica más factible y luego la relacionaré con los problemas de la teoría de precios antes mencionada mediante una mayor dilucidación de la esencia de qué hace al proceso de mercado eficaz de una forma única en términos de satisfacer los deseos del consumidor.

Empecemos nuestra investigación preguntándonos si es factible decir que los deseos humanos son ilimitados o debería decirse más bien que son limitados, pero insatisfacibles. La primera afirmación parece sugerir que en cualquier momento concreto cada uno de nosotros tiene una serie de deseos claramente especificables, como el deseo de manzanas o el deseo de iPads, que, tras ser satisfechos, dan paso a una nueva serie de ellos, y así hasta el infinito. Por el contrario, la segunda afirmación, que personalmente encuentro más convincente, parece sugerir que cada uno de nosotros tiene un número limitado y en buena medida inalterado de deseos vagamente especificables asociados con sensaciones particulares y a veces superpuestas de naturaleza material, intelectual, moral, estética o interpersonal (poder, amor, pertenencia, gratitud, conocimiento, la comodidad del espacio vital, placer culinario, placer visual, etc.), siendo lo importante que ninguna de ellas puede satisfacerse realmente.

Así, tal y como lo veo, no es que al ir progresando la civilización se vayan satisfaciendo cada vez más de nuestros deseos, sino que nuestros deseos esencialmente inmutables se satisfacen cada vez más eficazment:1

Esto no supone sugerir en modo alguno que sea inadmisible o desaconsejable representar escalas de preferencias compuestas por objetivos (deseos) concretos clasificados ordinalmente, como ir a un concierto o jugar al bridge. Solo sugiere que el pensamiento de estos objetivos (deseos) concretos e individuales puede reducirse a un número pequeño de objetivos (deseos) más generales, insatisfacibles en último término, como el deseo de placer estético y el deseo de logros competitivos.

por ejemplo, la invención de Internet generó nuestro deseo de una comunicación eficaz ahora mucho más satisfecha que antes de ese acontecimiento, en lugar de reemplazar nuestro deseo ya satisfecho de comunicación telefónica con el deseo de comunicación electrónica.

Como he indicado antes, lo me gustaría proponer aquí es que la observación anterior proporciona otra vía más para hacer una distinción analítica concluyente entre el “problema del conocimiento” de Hayek  (Hayek 1945, 1948) y el “problema del cálculo” de Mises (Mises 1990; 1996, parte 3), es decir, permite aclarar diferencias de matiz entre las opiniones de estos dos autores  sobre la eficiencia (o su ausencia) de economías planificadas centralizadamente, haciendo así una contribución a lo que se llamaría el “debate de la distinción” dentro de la Escuela Austriaca.

Por resumir brevemente el debate en cuestión, un bando (Salerno 1993, 1994, 1996; Herbener 1996; Hoppe 1996) articulaba y defendía la opinión de que incluso si una oficina hipotética de planificación centralizada estuviera en posesión de la totalidad de la información relevante para un sistema económico vasto, localmente heterogéneo y cambiante dinámicamente, seguiría siendo incapaz de convertir la información bajo consideración a una sola escala de valor de intercambio expresable en términos de números cardinales y que reflejara cálculos de utilidad que tuvieran sentido socialmente. En ausencia de derechos de propiedad privada y de libre intercambio de títulos privados de propiedad, no puede aparecer esa escala y por tanto la asignación de recursos se hace literalmente imposible, sin que importe cuánto conocimiento se pueda tener acerca de la oferta y demanda de cualquier grupo de recursos. El otro bando del debate (Kirzner 1996; Yeager 1994, 1996, 1997), por el contrario, defendía la opinión de que la diferencia aparente señalada por los autores anteriores es más verbal que sustantiva.

A partir del concepto de satisfacción de deseos delineado en los párrafos anteriores, me gustaría ofrecer un argumento en apoyo del primer grupo, sugiriendo así que, aunque su pensamiento haya que considerarlo como complementario, las opiniones de Mises y Hayek sobre las limitaciones asignativas de las economías planificadas centralizadamente son distintas en algunos aspectos importantes.

Dejadme empezar señalando que si el “problema de conocimiento” descrito por Hayek ha de aplicarse a preocupaciones genuinas de teoría económica, tiene que restringirse a lo que es lógicamente (aunque no lo sea prácticamente) cognoscible. Por tanto, tal y como lo veo, es aplicable al conocimiento putativo del planificador central con respecto a la oferta de bienes de consumo, bienes de producción de diversos órdenes y posibilidades tecnológicas disponibles (ya que este tipo de conocimiento constituye una serie finita de datos), pero no a su conocimiento con respecto a los deseos del consumidor (ya que, como he argumentado antes, estos pueden satisfacerse de maneras literalmente infinitas, siendo por tanto traducibles infinitamente a deseos más específicos para bienes concretos de consumo y lo infinito es necesariamente imposible de conocer por ninguna mente finita).

Esto implica su vez que si en una economía concreta solo actúa uno con respecto a la disposición de los bienes de producción, como señala Mises, incluso si la mente finita que hay detrás conoce todo lo que es lógicamente cognoscible para ella (es decir, todo acerca de la oferta disponible de bienes de consumo, bienes de producción de diversos órdenes y posibilidades tecnológicas existentes), seguirá faltándole una comparación intersubjetiva para evaluar el grado en que sus decisiones satisfacen los deseos del público consumidor, comparados con el grado en que podría satisfacerse por las decisiones de quienes estarían dispuestos adquirir los factores disponibles de producción y a usarlos de una manera emprendedora si no fuera por la prohibición del planificador central.

Ahora podría sugerirse que lo que digo es irrelevante para el debate de la distinción, ya que puede interpretarse como si dijera que al planificador centralizado le faltarían datos concretos, es decir, información acerca de los intentos infinitos de la gente de satisfacer sus deseos, lo que podría parecer solo otra formulación del problema hayekiano del conocimiento, mientras que el debate se refiere a si un planificador que tuviera todos los datos relevantes se enfrentaría un problema adicional, ya que en ausencia de mercados no tendría precios y por tanto no podría calcular. Mi respuesta es que no me parece objetable lógicamente describir a ese planificador como falto exactamente de un tipo crucial concreto de información, es decir, información sobre cómo transformar los datos referidos a la oferta disponible de bienes de consumo, bienes de producción de diversos órdenes y posibilidades tecnológicas existentes en una sola escala intersubjetiva de valor de intercambio expresable en términos de números cardinales. Sin embargo, una formulación así del problema sigue permitiendo distinguir entre el problema hayekiano del conocimiento y el problema misesiano del cálculo, ya que permite distinguir entre datos finitos, que podría poseer teóricamente un panificador central, y la guía para evaluar estos datos frente a un número infinito de usos posibles, que se corresponde con un número infinito de maneras de satisfacer los deseos del consumidor, algo que solo puede lograr el sistema de precios del mercado libre.

En otras palabras, mientras que el grado en el que estamos en posesión de información dispersa, asociada con circunstancias específicas de tiempo y lugar, puede medirse sobre un espectro estrictamente finito, el cálculo de pérdidas y ganancias del sistema de libre empresa nos permite determinar cuánto nos acercamos a un horizonte literalmente infinito (es decir, el horizonte de la eficiencia medido frente a un número literalmente infinito de resultados).

Esta observación nos permite ver todavía más claramente que el mercado, junto con sus manifestaciones institucionales del sistema de precios y el libre intercambio de bienes de capital, no es solo uno de los sistemas alternativos para economizar el uso de bienes escasos, sino un requisito previo necesario para dicha economización. En otras palabras, aunque no hay incoherencia lógica en ver capitalismo, socialismo e intervencionismo como sistemas alternativos para agregar información descentralizada, solo el primero de ellos (incluso suponiendo que la cantidad de información relevante es finita) es capaz de dar a la información en cuestión una forma que la haga usable en el contexto de la asignación racional de recursos, es decir, de acuerdo con el criterio de la soberanía del consumidor.

Además, esta manera de ver las cosas ofrece una vía novedosa para deshacerse de la noción de Galbraith (1958) de que el mercado satisface principalmente aquellos deseos del consumidor que previamente crea de forma artificial. Si, como se ha argumentado antes, la imagen más factible de la psicología humana sugiere que, en lugar de desarrollar deseos siempre nuevos tras la satisfacción de los viejos, mantenemos permanentemente un número limitado y en buena parte inalterable de deseos generales que pueden satisfacerse de maneras siempre nuevas, la idea de que los nuevos deseos puedan fabricarse mediante anuncios motivadores no tiene ningún sentido en absoluto. Y, aunque distinto del argumento de Hayek (1961) contra el “efecto dependencia”, la aproximación en cuestión refuerza su afirmación de que no puede hacerse ninguna distinción lógicamente sensata entre deseos “originales” y “contraídos”. Son solo deseos y un número infinito de maneras de satisfacerlos y solo el proceso del mercado no intervenido puede descubrir y evaluar racionalmente su respectiva eficacia a este respecto.

Las conclusiones resultantes pueden resumirse parafraseando a Arthur C. Clarke y Mark Twain: dado que cualquier capacidad suficientemente avanzada es indistinguible de la mafia, supongo que los informes sobre la “magia del mercado” no se han exagerado el pasillo.

[Este artículo se publicó originalmente en Ekonomia - Wroclaw Economic Review 21, 1 (2015), 63-68]

Referencias:

  • Galbraith, J. K. (1958), The Affluent Society (Boston: Houghton Mifflin). [La sociedad opulenta]
  • Hayek, F. A. (1945), ‘The Use of Knowledge in Society’, American Economic Review, 35, 519-530. [El uso del conocimiento la sociedad]
  • Hayek, F. A. (1948), Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press). [Individualismo y orden económico]
  • Hayek, F. A. (1961), ‘The Non Sequitur of the ‘Dependence Effect’’, Southern Economic Journal, 27 (4), 346-348.
  • Herbener, J. (1996), ‘Calculation and the Question of Arithmetic’, Review of Austrian Economics, 9 (1), 151-162.
  • Hoppe, H-H. (1996), ‘Socialism: A Property or Knowledge Problem?’, Review of Austrian Economics, 9 (1), 143-149.
  • Kirzner, I. M. (1996), ‘Reflections on the Misesian Legacy in Economics’, Review of Austrian Economics, 9 (2), 143-154. [“Reflexiones sobre el legado misesiano en la economía”]
  • Klein, P. G. (2008), ‘The Mundane Economics of the Austrian School’, Quarterly Journal of Austrian Economics, 11 (3), 165-187.
  • Menger, C. (1976) [1871], Principles of Economics (Nueva York: New York University Press). [Principios de economía política]
  • Mises, L. (1990) [1920], Economic Calculation in the Socialist Commonwealth (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute). [El cálculo económico en la comunidad socialista]
  • Mises, L. (1996) [1949], Human Action. 4ª edición revisada. (San Francisco: Fox and Wilkes). [La acción humana]
  • Rothbard, M. (2004) [1962], Man, Economy, and State: A Treatise on Economic Principles with Power and Market, Scholar’s Edition (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute). [El hombre, la economía y el estado]
  • Salerno, J. T. (1993), ‘Mises and Hayek Dehomogenized’, Review of Austrian Economics, 6 (2), 113-146.
  • Salerno, J. T. (1994), ‘Reply to Leland B. Yeager on ‘Mises and Hayek on Calculation and Knowledge’’, Review of Austrian Economics, 7 (2), 111-125. [“Respuesta a Leland B. Yeager sobre ‘Mises y Hayek sobre cálculo y conocimiento’”]
  • Salerno, J. T. (1996), ‘A Final Word: Calculation, Knowledge, and Appraisement’, Review of Austrian Economics, 9 (1), 141-12.
  • Yeager, L. B. (1994), ‘Mises and Hayek on Calculation and Knowledge’, Review of Austrian Economics, 7 (2), 93-1109.
  • Yeager, L. B. (1996), ‘Rejoinder: Salerno on Calculation, Knowledge, and Appraisement’, Review of Austrian Economics, 9 (1), 137-139.
  • Yeager, L. B. (1997), ‘Calculation and Knowledge: Let’s Write Finis’, Review of Austrian Economics, 10 (1), 133-136.
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