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El cuento de hadas corporativo agoniza a medida que se impone la realidad económica

Al menos desde 2008, el mundo financiero ha entrado en una espiral financiera causada por la creciente impresión monetaria de los bancos centrales. Como consecuencia, conceptos económicos clave (por ejemplo, que los ciclos económicos están causados por la expansión del crédito, y el aumento de los precios por la expansión monetaria) empezaron a considerarse solo «viejas ideas» y sus defensores profetas del apocalipsis. Algunos economistas, especialmente los defensores de la teoría monetaria moderna (TMM), intentaron sustituir estas ideas por otras nuevas. Su nuevo marco analítico dio lugar a un sinfín de empresas que afirmaban formar parte de una nueva era económica.

Aunque las narrativas de la TMM son hermosas y pueden emocionar al más desprevenido, al final la realidad siempre entierra los sueños imposibles. En el proceso de mercado que trata con recursos escasos y fines inagotables, existe un filtro que con el tiempo selecciona las prácticas que generan mayores rendimientos.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Los hombres responden a los incentivos, y los incentivos de la última década han distorsionado los procesos económicos y sociales. La escuela austriaca lleva mucho tiempo señalando la importancia de las preferencias temporales en los procesos de mercado y cómo la manipulación de la moneda afecta a los individuos. Las personas se vuelven más orientadas al presente e inmediatistas.

No sólo eso: la impresión monetaria masiva distorsiona la comprensión de los medios y los fines. Si los recursos financieros están fácilmente disponibles, desaparece la necesidad de generar valor de forma eficiente para los accionistas, ya que se distorsionan la percepción del riesgo y los costes de oportunidad.

Las start-ups que prometían cambiar la economía en una nueva revolución tecnológica que mejoraría la coordinación y generaría beneficios para toda la sociedad, por ejemplo, han recibido enormes inversiones de capital. Algunas de ellas fueron más lejos: incluso prometieron enterrar las «viejas prácticas de gestión» y aplicar políticas de satisfacción de los empleados. Con tipos de interés negativos o artificialmente bajos y menores costes de oportunidad para los accionistas, estas empresas tuvieron la oportunidad de gastar la inversión de capital de los accionistas con menos supervisión.

La mayoría de las veces, estas empresas intentaron aumentar su cuota de mercado. Conquistaron nuevos clientes quemando capital, con la excusa de los «beneficios futuros esperados». Pero ese futuro, por lo general, nunca se hizo realidad.

¿Cómo puede una empresa que empezó quemando capital acabar subiendo sus precios hasta ser rentable? ¿Es tan fácil como chasquear los dedos? ¿No podrían sus clientes buscar nuevas empresas, nuevos productos o servicios?

El mundo financiero, creyendo en el cuento de hadas, quedó anestesiado por la impresión monetaria. Sus parámetros de riesgo estaban distorsionados. Era como si la Fed tuviera superpoderes y pudiera resolver fácilmente cualquier perturbación financiera en el mundo. Las crisis de 2000 y 2008 parecían olvidadas y tratadas como parte de un pasado lejano; sin embargo, las finanzas siguen sujetas al mismo riesgo moral que condujo a estas crisis.

Se desconfiaba del análisis económico. Incluso los aumentos de precios se consideraban parte del pasado. La vieja máxima de «más dinero, precios más altos» se consideraba una tontería de economistas anticuados. Sin embargo, la realidad siempre aniquila la fantasía. No es de extrañar que una burbuja generara un día todas las condiciones inflacionistas que vivimos hoy.

Al final, este sueño de un nuevo mundo financiero —en el que los empresarios pensaran más en los problemas globales y en la sociedad en su conjunto que en sus propios negocios— se ha roto con la inflación actual y los tipos de interés más altos, que devolverán la economía a un lugar más «normal». Los tipos más altos reducirán las preferencias temporales, los inversores mirarán más hacia el futuro, los costes de oportunidad serán más altos y el castillo de arena se desmoronará con otro estallido financiero.

No es ninguna sorpresa el reciente despido de miles de empleados de start-ups. Las fuentes de financiación de estas empresas se agotarán y la mayoría de ellas quebrará. Pero nada es casualidad: en lugar de centrarse en generar beneficios para los inversores, estas empresas se limitaron a quemar el dinero de los inversores y a tratar el capitalismo competitivo como una broma de mal gusto que podría ser superada por el sueño de un adolescente sobre la preocupación por el medio ambiente y la sociedad por encima de los beneficios.

Estas empresas no percibieron (o ignoraron) que toda la expansión financiera era artificial y que un día la quiebra pondría de rodillas a las empresas menos competitivas. No se prepararon para el proceso competitivo del mercado en el que sólo sobrevivirían las empresas rentables. Olvidaron que el beneficio no es simplemente una palabra fea, «cringe».

Afortunadamente, el mercado acaba seleccionando a las corporaciones que mejor se sostienen, mientras que las que no son competitivas quiebran. La economía aumentará su productividad y estimulará un mejor uso de los recursos, generando beneficios y valor, mientras que el escenario distorsionado en el que hemos estado viviendo, en el que cada bonita historia atraía millones de dólares de ávidos inversores con miedo a perder una oportunidad, será sólo parte del pasado.

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