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La «segunda personalidad» de Woodrow Wilson

Dondequiera que resida la culpa de la guerra, para la inmensa mayoría de los americanos en 1914 era solo otro de los horrores europeos de la cual nos había librado nuestra política de neutralidad, establecida por los Padres Fundadores de la República. Pašić, Sazonov, Conrad, Poincaré, Moltke, Edward Grey y el resto—estos eran los hombres contra los que nos habían advertido nuestros Padres. Ningún resultado concebible de la guerra podía amenazar con una invasión de nuestra vasta y sólida base continental. Deberíamos agradecer a una compasiva Providencia, que nos dio esta tierra bendita y fortaleza inexpugnable, esa América, al menos no sería arrastrada a la insensata carnicería del Viejo Mundo. Eso era impensable.

Sin embargo, en 1914 el presidente de Estados Unidos era Thomas Woodrow Wilson.

El calificativo que más se aplica hoy a Woodrow Wilson es «idealista». Por el contrario, la expresión «hambriento de poder» apenas se utiliza. Aun así, un intelectual no enemistado con él ha escrito de Wilson que «amaba, ansiaba y en cierto sentido glorificaba el poder». Meditando sobre el carácter del gobierno de EEUU cuando aún estaba en la docencia universitaria, Wilson escribía: «No puedo imaginar el poder como algo negativo y no positivo».1 Incluso antes de entrar en política, estaba fascinado por el poder de la presidencia y cómo podía aumentarse interviniendo en asuntos exteriores y dominando territorios de ultramar. La guerra con España y la adquisición americana de colonias en el Caribe y el Pacífico fueron bienvenidas por Wilson como productoras de cambios saludables en nuestro sistema federal. «El salto a la política internacional y la administración de dependencias distantes» ya había ocasionado «el gran aumento poder y oportunidad de gobernanza constructiva dado al presidente».

Cuando los asuntos exteriores desempeñan un papel prominente en la política y en la política de una nación, su Ejecutivo debe necesariamente ser su guía: debe pronunciar todo juicio inicial, dar todo primer paso de acción, suministrar la información para actuar, sugerir y en gran medida controlar su conducta. El Presidente de los Estados Unidos está ahora [en 1900], por supuesto, al frente de los asuntos. (…) No hay problema en obtener los discursos del Presidente impresos y leer cada palabra. (…) El gobierno de las dependencias debe estar principalmente en sus manos. De este cambio similar pueden provenir cosas interesantes.

Wilson pretendía un perdurable «nuevo liderazgo del Ejecutivo», incluso con los jefes de los departamentos del Gabinete ejercitando «una nueva influencia sobre la acción del Congreso».2

En buena medida la reputación de Wilson como idealista se remonta a su incesante profesión de amor a la paz. Pero tan pronto como se convirtió en presidente, antes de llevar al país a la Primera Guerra Mundial, sus acciones en Latinoamérica fueron cualquier cosa menos pacíficas. Incluso Arthur S. Link (a quien se refería Walter Karp como el guardián de la llama wilsoniana) escribía, de México, Centroamérica y el Caribe: «los años de 1913 a 1921 [los años de Wilson en el cargo] fueron testigos de la intervención del Departamento de Estado y la armada a una escala que nunca se había contemplado antes, ni siquiera bajo supuestos imperialistas como Theodore Roosevelt y William Howard Taft». El protectorado se extendió sobre Nicaragua, la ocupación de la República Dominicana, la invasión y sometimiento de Haití (que costo las vidas de unos 2.000 haitianos) fueron hitos de la política de Wilson.3 Todo estaba envuelto en la bruma de su patente retórica de libertad, democracia y derechos de las naciones pequeñas. El Pacto Panamericano que propuso Wilson a nuestros vecinos del sur garantizaba la «integridad territorial e independencia política» de todos los formantes. Considerando la persistente interferencia en los asuntos de México y otros estados latinos, era una hipocresía de gran calibre.4

El ejemplo más claro del intervencionismo belicoso de Wilson antes de la Guerra Europea se produjo en México. Aquí el intento de manipular el curso de una guerra civil llevó a los desastres de Tampico y Veracruz.

En abril de 1914, un grupo de soldados americanos atracaron en Tampico con permiso de las autoridades y fueron arrestados. Tan pronto como el comandante mexicano supo del incidente, hizo que se liberara a los americanos y envió una disculpa personal. El asunto habría acabado ahí «si la administración de Washington no hubiera estado buscando una excusa para provocar una pelea» para beneficiar al bando al que favorecía Wilson en la guerra civil. El almirante americano al cargo reclamó a los mexicanos un saludo de 21 salvas a la bandera americana y Washington le respaldó, enviando un ultimátum insistiendo en el saludo, bajo pena de funestas consecuencias. Se ordenó a las unidades navales que ocuparan Veracruz. Los mexicanos resistieron, murieron 126 de ellos, cerca de 200 fueron heridos (según cifras de EEUU) y, en el bando americano, murieron 19 y 71 fueron heridos. En Washington se estaban creando planes para una guerra a gran escala contra México, mientras entretanto ambos bandos de la guerra civil denunciaban la agresión yanqui. Finalmente se aceptó una mediación: al final, Wilson perdió su apuesta de controlar la política mexicana.5

Dos semanas antes del asesinato del archiduque, Wilson realizó un discurso en el Día de la Bandera. Sus comentarios no auguraban nada bueno para la neutralidad americana en la inminente guerra. Preguntando qué presentaría en el futuro la bandera, Wilson replicaba: «el uso justo de un poder nacional indiscutido (…) la autoposesión, la dignidad, la afirmación del derecho de una nación a servir a las demás naciones del mundo». Como presidente, afirmaría «los derechos de la humanidad dondequiera que se despliegue esta bandera».6

El alter ego de Wilson, un personaje importante en llevar a Estados Unidos a la Guerra Europea, fue Edward Mandell House. House, que ostentaba el título honorífico de «coronel», se consideraba algo así como un «hombre misterioso» por sus contemporáneos. Nunca elegido para un cargo público, sin embargo, se convirtió en el segundo hombre más poderoso del país en asuntos interiores y especialmente exteriores hasta prácticamente el fin de la administración de Wilson. House empezó como hombre de negocios en Texas, llegó al liderazgo del Partido Demócrata en ese estado y luego en la escena nacional. En 1911, se unió a Wilson, entonces gobernador de Nueva Jersey y aspirante a candidato a la presidencia. Los dos se convirtieron en colaboradores cercanísimos, llegando Wilson a hacer la extravagante declaración pública de que «Mr. House es mi segunda personalidad. Es mi yo independiente. Sus pensamientos y los míos son uno».7

Obtenemos algo de luz sobre la mentalidad de este «hombre misterioso» en una novela política futurista que publicó House en 1912, Philip Dru: Administrator. Es una obra que contiene extrañas previsiones del papel que el coronel ayudaría a desempeñar a Wilson.8 En esta peculiar producción, el héroe del título encabeza una campaña para eliminar el reaccionario y opresivo poder del dinero que gobierna Estados Unidos. Dru es un verdadero personaje mesiánico: «Viene con la panoplia de la justicia y con la luz de la razón en sus ojos. Viene como defensor de la igualdad de oportunidades y viene con el poder de aplicar su voluntad». Creando un gran ejército, Dru se enfrenta a las fuerzas masivas del mal en una batalla titánica (cerca de Buffalo, Nueva York): «la libertad humana nunca ha estado tan seguramente dependiendo de resultado de un conflicto como en este caso». Naturalmente, Dru triunfa y se convierte en «el Administrador de la República», asumiendo «los poderes de un dictador». Tan incuestionablemente pura es su causa que cualquier intento de «promover» las políticas reaccionarias del gobierno anterior «se consideraría sedicioso y se castigaría con la muerte». Aparte de crear una nueva constitución para Estados Unidos y un estado del bienestar, Dru se reúne con líderes de las demás grandes potencias para rehacer el orden mundial, trayendo libertad, paz y justicia a toda la humanidad.9 Una producción peculiar, que sugiere un hombre muy peculiar, el segundo hombre más importante del país.

Wilson utilizó a House como su confidente, consejero y emisario personal, eludiendo sus propios cargos nombrados y aprobados por el Congreso. Fue algo similar a la postura que tendría Harry Hopkins respecto de Franklin Roosevelt unos 20 años después.

Cuando estalló la guerra, Wilson imploró a sus conciudadanos permanecer neutrales incluso de pensamiento y palabra. Esto era algo poco sincero, considerando que toda su administración, excepto el pobre y desconcertado secretario de estado, William Jennings Bryan, era pro-aliados desde el principio. El presidente y la mayoría de sus principales subordinados eran anglófilos recalcitrantes. El amor a Inglaterra y a todo lo inglés era una parte intrínseca de su sentido de identidad. Con Inglaterra amenazada, incluso el juez principal del Tribunal Supremo de Estados Unidos, Edward D. White, manifestó el impulso de acudir a Canadá como voluntario de las fuerzas armadas británicas. En septiembre de 1914, el embajador británico en Washington, Cecil Spring-Rice, fue capaz de asegurar a Edward Grey que Wilson tenía un «corazón comprensivo» para con los problemas y la difícil posición de Inglaterra.10

La arraigada tendencia de la clase política y élite social americana se vio galvanizada por la propaganda británica. El 5 de agosto de 1914, la Royal Navy corto los cables que unían Estados Unidos y Alemania. Ahora las noticias para Estados Unidos tenían que canalizarse a través de Londres, donde los censores manipulaban y recortaban informes en favor de su gobierno. Finalmente, el aparato británico de propaganda en la Primera Guerra Mundial se convirtió en el mayor que había visto el mundo hasta ese momento; más tarde fue un modelo para el Ministro nazi de Propaganda, Josef Goebbels. Philip Knightley señalaba:

Los esfuerzos británicos por llevar a la guerra a Estados Unidos en el bando aliado entraron en todos los aspectos de la vida americana. (…) Fue uno de los mayores esfuerzos de propaganda de la historia y fue realizado tan bien y tan en secreto que se supo muy poco de él hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial y todavía está por contarse toda su historia.

Ya en las primeras semanas de la guerra, se divulgaron relatos de las terribles «atrocidades» que estaban cometiendo en Bélgica los alemanes.11 Pero los hunos, para los defensores americanos de la causa inglesa, iba a mostrar en el mar su rostro más espantoso. 

  • 1Walter A. McDougall, Promised Land, Crusader State: The American Encounter with the World since 1776 (Boston/Nueva York: Houghton Mifflin, 1997), pp. 126, 128.
  • 2Woodrow Wilson, Congressional Government: A Study in American Politics (Gloucester, Mass.: Peter Smith, 1973 [1885]), pp. 22-23. Estas declaraciones datan de 1900. Wilson asimismo atacaba el sistema constitucional de equilibrios y contrapesos por interferir con el gobierno eficaz, pp. 186-187.
  • 3Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the Progressive Era, 1910-1917 (Nueva York: Harper and Brothers, 1954), pp. 92-106.
  • 4Incluso Link, Woodrow Wilson, p. 106, declaraba que Wilson y sus colegas solo seguían «de boquilla» el principio que expusieron y no estaban dispuestos a atenerse a él.
  • 5Link, Woodrow Wilson, pp. 122-128 y Michael C. Meyer and William L. Sherman, The Course of Mexican History, 5ª ed. (Nueva York: Oxford University Press, 1995), pp. 531-534.
  • 6The Papers of Woodrow Wilson, Arthur S. Link, ed. (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1979), vol. 30, pp. 184-186. El don de Wilson para el autoengaño ya era evidente. «A veces me pregunto por qué los hombres incluso ahora toman esta bandera y alardean de ella. Si me respetan, no tengo que reclamar respeto», declaró. Aparentemente, el incidente de Tampico de hacía dos meses se había desvanecido de su mente.
  • 7Seymour, The Intimate Papers of Colonel House, vol. 1, pp. 6, 114.
  • 8Edward M. House, Philip Dru: Administrator. A Story of Tomorrow, 1920-1935 (Nueva York: B. W. Huebsch, 1920 [1912]).
  • 9Ibíd., pp. 93, 130, 150, 152 y passim.
  • 10Charles Callan Tansill, America Goes to War (Gloucester, Mass.: Peter Smith, 1963 [1938]), pp. 26-28. Cf. con el comentario de Peterson, Propaganda for War, p. 10: «La aristocracia americana era claramente anglófila».
  • 11Philip Knightley, The First Casualty (Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1975), pp. 82, 120-121; Peterson, Propaganda for War; John Morgan Read, Atrocity Propaganda, 1914-1919 (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1941) y el clásico de Arthur Ponsonby, Falsehood in Wartime (Nueva York: E. P. Dutton, 1928). El incansable defensor del intervencionismo, Robert H. Ferrell, en American Diplomacy: A History, 3ª ed. (Nueva York: W. W. Norton, 1975), pp. 470-471, no pudo encontrar nada que objetar en el esfuerzo secreto de propaganda para implicar a Estados Unidos en una guerra mundial. Era sencillamente parte de «las artes de la persuasión pacífica», de las «relaciones públicas», afirmaba creer, ya que «no hay nada malo en que un país presente su causa a otro». Uno se pregunta qué habría dicho Ferrell ante una campaña similar de la Alemania nazi o la Unión Soviética.
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