Essays in Political Economy

El trasfondo cultural de Ludwig von Mises

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[Impreso en 1999 por el Instituto Mises como parte de Studies in Classical Liberalism]

Escribir para estadounidenses sobre el ambiente cultural de Ludwig von Mises, un eminente antiguo compatriota, plantea algunas dificultades: ¿cómo presentaros un mundo radicalmente distinto de vuestro, un mundo lejano, que en muchos sentidos ya no existe? Por ejemplo, el lugar de nacimiento de este eminente economista estuvo durante casi 50 años dentro de los confines de la Unión Soviética. ¿Quién fue este gran hombre e intelectual? ¿En qué ambiente vivió antes de llegar a Estados Unidos, donde continuó publicando sus importantísimas obras e inspirando a nuevas generaciones de economistas? Tenemos que remontarnos al antiguo Imperio Austrohúngaro, entonces la segunda unidad política más grande de Europa. Sólo Rusia era más grande, aunque la población de Alemania era ligeramente mayor. Mises nació en Lviv, la capital de lo que entonces se conocía como Galitzia. Reino de la corona de Austria, a Galitzia se le llamaba la “Pequeña Polonia”. En ese momento, la mayoría la población era polaca, más de un cuarto eran judíos, una pequeña minoría era ucraniana y un diminuto porcentaje eran oficiales austroalemanes. Sin embargo, las clases superiores eran claramente polacas.

La parte oriental de Galitzia había pertenecido a Polonia desde el siglo XIV, pero se convirtió en austriaca con la primera partición polaca en 1772 y fue devuelta a Polonia en 1918. Es importante entender todo esto para entender la educación cultural y psicológica de Mises y las raíces de su filosofía de la vida. Sus raíces judías, su cultura polaca, su marco político y lealtad austriacos están todos entremezclados. La variedad fue algo característico de su ambiente y cuando tenía doce años conocía los alfabetos germánico, latino, cirílico, griego y hebraico. Con respecto a los idiomas, hablaba alemán, polaco y francés y entendía el ucraniano. El año en que nació, su abuelo (jefe de la comunidad del culto israelí) fue ennoblecido con el título Edler, que significa El Noble, una distinción no muy rara para los judíos en el Imperio Austrohúngaro. Su padre, un acomodado empresario de ferrocarriles, se aseguró de que Ludwig recibiera la mejor educación clásica. Hizo lo mismo con su otro hijo, Richard, que se convirtió en profesor de matemáticas en la Universidad de Berlín y luego en Harvard.

Los polacos disfrutaban de una libertad total en la “Pequeña Polonia”, al contrario que en Rusia y Prusia y tenían dos universidades propias. En el Parlamento Austriaco en Viena desempeñaban un papel muy importante como verdaderos pilares del multinacional imperio de los Habsburgo y muchos polacos veían en la dinastía a los gobernantes futuros de una Polonia liberada y resucitada.

Debemos recordar que mucho antes de la catástrofe de las particiones, los polacos, como nación aristocrática, defendían vigorosamente la libertad personal. Los movimientos a favor de la libertad, por cierto, normalmente han sido apoyados por la nobleza, que siempre se opuso a la presión y el control centralizado. Vimos esto en Inglaterra con la Carta Magna, en Hungría con la bula de oro, en Aragón con los porfiados Grandes y en Francia con la Fronda. A este respecto, Polonia fue más lejos: se convirtió en una monarquía electiva en 1572 y se llamó a sí misma una república. Uno de los lemas de su muy independiente nobleza era: “Amenaza a los reyes extranjeros y resiste al propio”. El poder político lo tenía la nobleza, que (antes de las particiones) no tenía títulos y sus pretendidos miembros comprendían un quinto de la población. (Para una comparación, tomemos la Austria Alpina con un tercio de un 1% o Prusia con mucho menos). Era una nobleza sin distinciones legales y un proverbio decía: “El noble en su granja es igual que el magnate en su castillo”. Y como todos los nobles eran iguales, no podían ser gobernados por mayorías. En el parlamento, el Sejm, la oposición no solo hombre (el Liberum Veto) anulaba cualquier propuesta legal.

Un sentido de la libertad

Ese sentido de la libertad también prevalecía en el ámbito religioso. Polonia no fue siempre un país fuertemente católico. En el siglo XVI una tercera parte eran presbiterianos y una tercera parte unitarios (socinianos), pero la iglesia católica recupero su gran mayoría en buena parte gracias a los jesuitas y sus trabajos culturales: sus escuelas aceptaban alumnos de todas las religiones y apoyaban la buena arquitectura, pintura y, sobre todo, teatro. (Los jesuitas fueron los iniciadores de nuestra tecnología de tramoyas). No había inquisición, ni piras, ni horcas. Polonia, al contrario que Inglaterra, era el país europeo más tolerante. La libertad polaca era tal que, en 1795, en la última partición, cuando la real ciudad libre polaca de Danzig se incorporó a Prusia, los ciudadanos, en su mayoría luteranos alemanes, lucharon valerosamente por su libertad. Muchas de las principales familias emigraron y así los Schopenhauer se fueron a la hanseática Hamburgo.

¿Cómo les iba a los judíos? Llegaron a Polonia en el siglo XIV, cuando era un país completamente agrario, por invitación del rey Casimiro el Grande y vinieron principalmente de Alemania. En Alemania tenían el privilegio de asentarse en guetos donde tenían un completo autogobierno. (Ver la obra magistral de Guido Kisch, The Jews in Medieval Germany, Chicago, 1942). Como sus propios ritos no les permitían dar más de 2.000 pasos no podían vivir muy lejos de la sinagoga. Por supuesto, se hicieron esfuerzos por convertirlos y, si aceptaban el bautismo, se convertían automáticamente (como hermanos de nuestro Señor) en miembros de la nobleza. ¿Antisemitismo? Como en todos los lugares, lo había entre personas muy simples para quienes los descendientes de Abraham parecían extraños con sus rituales, sus ropas, su idioma y su comportamiento, aunque los judíos ortodoxos, sobre todo, eran gente de gran piedad y honradez.

¡Polacos y libertad! No solo la practicaron en su propio país: los luchadores polacos por la libertad estuvieron activos en muchas partes del mundo. Dos nobles perviven en la memoria de Estados Unidos: Tadeusz Kosciuszko y Kazimierz Pulaski, el único general de EEUU que murió en la guerra de independencia en territorio estadounidense. (Tampoco debería olvidar a Henryk Dembinski y Józef Bem, que desempeñaron un papel similar en el levantamiento húngaro de 1848-49). En la batalla de Liebnitz, los alemanes y los caballeros teutónicos alejaron a los mongoles de las llanuras del norte Europa; los polacos derrotaron a los turcos en 1683 a las puertas de Viena y en 1920 derrotaron a los bolcheviques en el frente de Varsovia. Salvaron por tres veces la civilización occidental. ¿Es el mundo consciente de esto? ¡Por supuesto que no!

Su origen polaco, más que el judío, fue decisivo en los primeros años de Mises, pero no entró en conflicto con su apego a Austria y la monarquía. De hecho, conocí a Mises en Nueva York, en compañía de nuestro antiguo príncipe coronado, el archiduque Otto de Habsburgo, a quien admiraba enormemente.

El joven Ludwig no estudió en ninguna de las dos universidades lingüísticamente polacas de Lviv o Cracovia, sino en Viena. Sin embargo, para en entender su evolución intelectual, es importante entender cómo funciona el sistema educativo continental. Es completamente distinto del patrón angloamericano. Después de cuatro años de educación básica, se entra (si los padres son ambiciosos) en una escuela que se parece remotamente a una combinación de instituto y universidad y que dura ocho años (en Alemania, nueve).

Hay tres modelos de esa escuela: una clásica, con ocho años de latín y seis de griego, una semiclásica con latín y uno o dos idiomas modernos y una más científica con solo idiomas modernos. En los tres tipos (siendo naturalmente la clásica más prestigiosa que las demás), lengua, matemáticas, geometría, historia, geografía y religión se enseñaban de forma generalizada; física, química, biología y mineralogía sólo ocasionalmente y hay una introducción a la filosofía en la clásica durante solo dos años. A menudo estos durísimos años escolares pendían como una nube negra sobre las familias. Suspender solo una asignatura obligaba a repetir todo un año. Fue el caso de Nietzsche, de Albert Einstein y también de Friedrich August von Hayek. Por supuesto, el joven Mises siguió una educación clásica: aprendió privadamente los idiomas modernos.

Estudiando derecho

Después de conseguir su bachillerato, Mises estudió derecho. Ahora tenemos que explicar la característica de las universidades continentales de que no tienen estudios de grado medio: son escuelas de grado puras y simples. Tradicionalmente ha habido cuatro escuelas: teología, derecho, medicina y filosofía, cubriendo esta última múltiples disciplinas, pertenecientes casi todas a las humanidades. Los profesores eran elegidos por las facultades, que constituían un cuerpo que se autoperpetuaba.

En el continente, el estudio del derecho (entonces como ahora) era radicalmente diferente de los estudios legales en Gran Bretaña o Estados Unidos. Los primeros tres semestres se dedican totalmente a la historia y filosofía del derecho civil y canónico. No hace falta decir que en nuestros países seguimos la tradición de un derecho romano codificado. La jurisprudencia no desempeña ningún papel, porque los precedentes no nos vinculan de ninguna manera. En las áreas más prácticas que siguen a la larga introducción, el estudio de la economía es importante.

Mises consideraba las clases de derecho en la Universidad de Viena muy sesgadas y la enseñanza de la economía, con unas pocas excepciones, por debajo de lo exigible. Ya de joven tenía un sentido muy crítico. Era muy consciente del hecho de que nuestras universidades, todas instituciones perfectamente autónomas, financiadas por el estado pero no controladas por el estado, estaban inevitablemente dominadas por camarillas y facciones; en los nombramientos, incluso los lazos familiares desempeñaban un papel considerable.

Al rector se le calificaba de magnífico y las universidades eran tan sagradas que no se permitía a la policía entrar en ellas. Los delincuentes que se refugiaban ahí tenían que ser arrestados por la Legión Académica, compuesta por estudiantes, y luego eran arrastrados fuera, donde se les entregaba al “brazo del derecho”. La libertad para enseñar no tenía límite. (“Libertad de cátedra” es una expresión traducida del alemán). No podía expulsarse a un profesor, ni siquiera si, en lugar de enseñar, leía periódicos. Todos los profesores tenían una plaza fija hasta los 65 o 67 años, cuando tenían que jubilarse con el 82% de su salario final. Las cualidades del profesor como maestro no tenían ninguna importancia: no se esperaba que el profesor fuera un educador, sino un intelectual que daba a los estudiantes la posibilidad de escucharlo. Es evidente que este sistema tenía graves deficiencias, pero aun así los profesores tenían un estatus enorme. En realidad, ninguna carrera era considerada tan deseable como la de un profesor universitario, con la posible excepción de los cuerpos diplomáticos y el generalato.

Ser un profesor

Menciono todos estos detalles porque desempeñan un papel importante en la vida de Mises. Como puede imaginarse, desde sus tiempos de estudiante su ambición fue convertirse en profesor. (Lo mismo vale para su hermano, Richard). Pero el sueño de Ludwig nunca se cumplió del todo, ni en su país natal ni en el Nuevo Mundo. La razón principal de esto fue que las universidades de Austria, y especialmente la de Viena, estaban dominadas por dos facciones: la liberal nacional y la izquierda. Había también una minoría muy pequeña de profesores a los que podría llamarse conservadores “administrativos”. Sin embargo, tengamos en cuenta que el emperador Francisco José, que simbolizó toda esa época en Austria, era un liberal en el sentido europeo (frente al estadounidense) y que los partidos liberales durante mucho tiempo dominaron la escena austriaca hasta 1908, cuando se introdujo el desastroso principio “un hombre, un voto”. El conservadurismo en Austria se limitaba a la iglesia, el ejército, la aristocracia y parte del campesinado. No tenía ninguna influencia en la administración, en las escuelas ni tampoco realmente en la corte.

Una extraña síntesis

La síntesis de nacionalismo étnico (alemán, checo, polaco, esloveno, italiano o ucraniano) y el liberalismo clásico puede parecer algo extraña a los estadounidenses, pero era sin embargo una realidad. Una situación similar prevalecía en Alemania, donde Bismarck, originalmente un conservador y un patriota prusiano, había roto con los conservadores y recibía un apoyo incondicional del Partido Liberal Nacional, cuyos seguidores eran los acaudalados intereses de la gran burguesía, la gran industria y los seguidores de una forma apagada de pangermanismo. Los liberales nacionales estaban también motivados por un sesgo anticlerical dirigido contra el clero católico en lugar del luterano. La Kulturkampf de Bismarck, su lucha contra la iglesia católica que llevó al encarcelamiento de obispos, la expulsión de los jesuitas y la introducción del matrimonio civil obligatorio (imitando a los franceses) se ajusta bastante bien a este patrón. Evidentemente esto no era del gusto de los conservadores prusianos, para quienes Bismarck era un hombre de la izquierda. Por supuesto, el “canciller de Hierro” no era sino un tradicionalista. La nueva bandera alemana, la negra y plata de Prusia, fue ampliada con el rojo de la revolución. Los conservadores prusianos naturalmente se mantuvieron fieles a los antiguos colores.

En Alemania y también en Austria, dos áreas que antes de la Guerra Germano-Prusiana de 1866 habían pertenecido a la Liga Germánica liderada por Austria, los liberales nacionales eran extrañamente liberales en lo cultural y lo político, aunque no en lo económico. Como nacionalistas, querían un estado fuerte y por tanto eran por naturaleza intervencionistas; para atajar el crecimiento socialismo promovieron el estado proveedor. Bismark alternativamente se enfrentó a los socialistas (que se hacían llamar socialdemócratas) y cooperó con ellos, especialmente en los primeros tiempos, cuando Ferdinand Lasalle todavía estaba vivo, un hombre odiado por Marx, que le atacó con los peores insultos antisemitas.

Hay que afrontar este hecho: nuestros liberales alemanes eran adoradores en secreto del estado porque esperaban que un estado poderoso acabaría con las “fuerzas del ayer”. Por tanto, no eran en modo alguno idénticos, por ejemplo, a los liberales británicos del tipo de Gladstone. Así que se produjo una situación, incluso en las universidades austriacas, en la que liberales y socialistas no estaban tan alejados. Aun así, al mismo tiempo, se podía percibir el crecimiento de algún tipo de conservadurismo católico romántico que era anticapitalista, antiliberal y antisocialista. Estaba buscando desesperadamente una “tercera vía” económica e inevitablemente jugaba con la idea de un estado basado en las antiguas corporaciones y gremios en lugar de en partidos. Siempre existió un conservadurismo católico continental basado en una sospecha profundamente asentada hacia los fabricantes calvinistas y luteranos y los banqueros judíos. (En 1930, de los tres regentes del Banco de Francia, cinco eran protestantes, cuatro eran judíos y uno era “no descrito”). De aquí también la oposición católica al “viejo liberalismo”. Esto se ve claramente en el artículo 80 del famoso Syllabus Errorum.

Cuatro escuelas

Ahora tenemos que intercalar otra digresión. Hay cuatro liberalismos genuinos. El principal representante del preliberalismo es Adam Smith (y podríamos añadir a Edmund Burke). Los preliberales no usan la etiqueta liberal sencillamente porque esta palabra nació en 1812, cuando se aplicó a los defensores de la constitución española de Cádiz. El apelativo liberal fue adoptado rápidamente en Francia y en 1816 Southey usó la palabra española liberalespor primera vez en un texto en inglés y Sir Walter Scott hablaba de libéraux escribiéndolo en francés. Vemos pronto el auge de los “Primeros Liberales” en el continente, principalmente aristócratas con raíces católicas, iniciando un movimiento intelectual que duró hasta el final del siglo XIX. Tocqueville, Montalembert y Acton fueron sus principales representantes, pero me gustaría añadir el nombre de un patricio agnóstico de Basilea: Jacob Burekhardt. Esta segunda fase del liberalismo tenía principalmente carácter cultural y político, no económico. Los “viejos liberales” constituyeron una tercera fase.

El liberalismo de Mises

Aquí es donde se ajustaba más o menos Mises. Los viejos liberales tenían un fuerte interés por la economía, pero también por los asuntos culturales y políticos: eran “progresistas”, anticlericales, profundamente escépticos en asuntos filosóficos y estaban convencidos de que las creencias dogmáticas llevaban automáticamente a la intolerancia. Frecuentemente (aunque no siempre) no llegaban a compartir las creencias antidemocráticas de los primeros liberales, defendían la separación de iglesia y estado y no era raro que estuvieran aliados con la masonería (deísta).

Los nuevos liberales aparecieron solo después de la Segunda Guerra Mundial. Estaban fuertemente inspirados por el primer liberalismo y se diferenciaban de los viejos liberales por su mayor simpatía por los valores cristianos, su mayor tolerancia hacia alguna intervención del estado y sus inclinaciones hacia el conservadurismo. Su portavoz más elocuente fue Wilhelm Röpke. La ruptura entre los viejos y nuevos liberales se hizo evidente en 1961, cuando los nuevos liberales abandonaron la sociedad Mont Pèlerin. Sin embargo, lo que hoy se le llama liberalismo en EEUU (y en ningún otro lugar) es todo lo contrario de todas las formas del liberalismo y no es más que un socialismo aguado. Norteamérica, a ser una isla gigantesca en el océano mundial, es frecuentemente la víctima de la perversión de los términos. Describí el triste destino de la palabra “liberalismo” en EEUU en un ensayo publicado por la Intercollegiate Review (Otoño 1997). Para confundir aún más a mis lectores, dejadme mencionar el hecho de que escribo para una revista polaca llamada Stáncyzk que se califica como conservadora, liberal y monárquica.

Liberalismo nacional

Aun así, el tipo alemán del liberalismo nacional sostenía opiniones no liberales y mercantilistas en el ámbito de la economía. Reflexionando acerca del carácter colectivista del Nationalismus, nuestra palabra para el etnicismo, no resulta tan sorprendente. Cualquier colectivismo debe entrar en conflicto con el verdadero liberalismo. El antiguo orden, en nuestra zona del mundo, era “vertical” y patriótico, no “horizontal” y nacionalista. Nuestras dinastías, en general, tenían orígenes extranjeros, eran étnicamente mixtas y normalmente se casaban con extranjeros. Lo mismo pasaba con la aristocracia. Con el poderoso auge de las clases medias todo esto se puso en duda. Y era evidente que Mises no se sentía judío, ni polaco, ni alemán, sino austriaco. Miraba al futuro con una profunda ansiedad, aterrorizado por la idea de que el colectivismo (étnico y socialista) acabara con la monarquía. Temía que una vez se destruyera la monarquía dual, el área cayera bajo el influjo de Berlín o Moscú o se partiera entre ellos. Todos estos acontecimientos tuvieron lugar entre 1938 y 1945. Sin embargo, la amenaza inmediata era lo que Sir Denis Brogan y Raymond Aron llamaron “la segunda guerra austriaca de sucesión”, que empezó en 1914 para ser seguida por una tercera en 1939.

Mises se queda solo

Mises se enfrentó a todos estos terribles acontecimientos históricos como un pensador aislado. Nunca perteneció completamente a un bando concreto. Siempre fue un verso suelto, un hecho que destacaba Friedrich August von Hayek en su prólogo a las memorias de Mises tituladas Erinnerungen (Stuttgart, 1978). Decía que conocía judíos que eran intelectuales convencidos de izquierdas en el bando socialista, conocía también a banqueros e industriales judíos que defendían la libre empresa, pero aquí había un pensador sólido que defendía una doctrina verdaderamente derechista y genuinamente liberal. Para empeorar las cosas, Mises era conscientemente un hombre noble, un verdadero caballero, que rechazaba cualquier compromiso y nunca ocultaba sus pensamientos o sus convicciones. Si alguien o algo era claramente estúpido, decía que no y tampoco podía tolerar la cobardía o la ignorancia. Un hombre con estas cualidades era sospechoso para los ignorantes que estaban tan bien representados en los diversos departamentos de nuestras universidades. Así que tuvo dificultades incluso para convertirse en privatdozent (profesor ayudante sin paga) y posteriormente en ausserordentlicher Professor (llamémosle profesor asociado sin paga). Nunca se convirtió en profesor titular. La envidia, el viejo cáncer de Austria (y no solo de Austria) se hacía sentir especialmente en los dominios de la vida intelectual y artística, y eso incluía a las universidades.

Además de estudiar las humanidades, Mises se concentró en la economía. Sin cierta formación filosófica, teológica, psicológica, histórica y geográfica, la economía no es comprensible. El “economista” que no sabe nada más que de finanzas, producción y datos de ventas es, según Mises (y todos los devotos de la escuela austriaca), un bárbaro y un mal economista. Por supuesto, el austriaco, especialmente la escena vienesa, incluso durante la Primera República, que vivía del capital intelectual acumulado durante la monarquía, proporcionó a Mises una rica herencia. También es evidente que muchas mentes brillantes no estaban relacionadas con la universidad. Freud solo tenía el título honorario de catedrático, pero no una cátedra. (Tampoco su antagonista, Alfred Adler). Freud era políticamente un hombre de la derecha (ver también su devastador juicio sobre Woodrow Wilson). La situación en Alemania no era diferente: ni Schopenhauer ni Spengler fueron profesores universitarios.

La escena intelectual de Viena

La escena intelectual de Viena era rica, más rica que la de Berlín, porque Viena hasta 1918 era la metrópolis de un imperio que comprendía una docena de nacionalidades y seis grandes grupos religiosos- Sin embargo, el área germanoparlante no tenía un centro intelectual como Francia (con París y la Sorbona). La Universidad de Viena era solo uno de los muchos lugares de la educación superior, pero persiste el hecho impresionante de que su se habla de la “Escuela Austriaca”, hay que aclarar a cuál de ellas nos referimos. Hay una escuela austriaca musical, etnológica, filosófica y, por fin, aunque esto no quiera decir que se la menor, económica, conocida en todo el mundo excepto en la propia Austria. Mises fue uno de los representantes más destacados de la Escuela Austriaca, junto con Friedrich August von Hayek.

La Cámara de Comercio

Dada la oposición que encontró Mises en la universidad, buscó un empleo estable en la Handelskammer, la semioficial Cámara de Comercio. Después de 1920, el gobierno austriaco estaba principalmente en manos de la Partido Social Cristiano, un partido clerical-conservador, que acabó apadrinando la dictadura de Dollfuss y su Frente Patriótico. Este partido tuvo que luchar contra los socialistas internacionalistas y, luego, los nacionalsocialistas. Mises, como un agnóstico y un genuino liberal, no tenía ningún entusiasmo innato por los socialcristianos, pero, al juzgar la precaria situación de Austria desapasionadamente, sabía que un hombre decente y responsable tenía que colaborar con ese gobierno. Como consejero financiero y económico, tuvo contactos cercanos con el Canciller Federal, monseñor Seipel, al que calificó como “un noble sacerdote”, un hombre maravilloso que acabó muerto por la bala de un fanático socialista. (Dollfuss fue asesinado posteriormente por los nacionalsocialistas). A menudo se aceptaron los consejos de Mises, pero otras veces fueron ignorados. Tengamos en cuenta que, en los años de un gobierno clerical, este intelectual judío aristocrático era un “hombre extraño” y no se ajustaba a ningún patrón establecido.

La amenaza del socialismo

Mises tenía una mente muy constructiva, pero dada la situación de la primera república austriaca, era y siguió siendo pesimista porque se daba cuenta de que vivía en una época en la que los apetitos y las idioteces de las masas dominaban la escena. La única ventaja que veía en la democracia era la misma que destacaba Sir Karl Popper, es decir, la transición pacífica de un gobierno a otro, aunque Mises también sabía muy bien que ese cambio podía ser a peor, infinitamente peor si se recordaban los años 1932-33 en Alemania. Al leer su Erin­nerungen, sorprende su desdén no solo por el Spiesser, el ignorante, sino también por las masas irreflexivas. No deberíamos olvidar que, como nos decía Allan Bloom en The Closing of the American Mind, las mejores mentes europeas estuvieron siempre en la derecha. Mises, naturalmente, no tenía ambiciones políticas, pero, como pensador independiente, quería que se le oyera. Siempre expresó sus opiniones de una forma directa y no toleraba la palabrería.

En la Primera República (1918-1933) no solo vio la incompetencia de los diversos gobiernos, la amenaza totalitaria del socialismo y el nacionalismo y racismo alemán que degeneraron en el nacionalsocialismo, sino también la insondable ignorancia y debilidad de las potencias occidentales, que no dieron a la pequeña república alpina ninguna ayuda en la práctica. La única posible protectora de Austria era la Italia fascista, que, al contrario que Francia o Gran Bretaña, tenía frontera con los restos de la monarquía del Danubio, pero Anthony Eden empujó a Mussolini a los brazos de Hitler. “¡Los británicos son sencillamente incorregibles!” era una queja frecuente en Mises. Previó el Anschluss (alabado por las “democracias”) y, justo a tiempo, aceptó una invitación del Institut Universitaire des Hautes Etudes, una escuela de posgrado en Ginebra, donde enseñó a partir de 1934 manteniéndose todavía en contacto con su querida Cámara de Comercio de Viena. Pero ni siquiera en Ginebra se sintió completamente a salvo y el gobierno suizo, aterrorizado ante la agresividad del Tercer Reich, trató de silenciar a los refugiados que vivían dentro de sus fronteras. Así que Mises buscó las costas más seguras del Nuevo Mundo y consiguió llegar a ellas durante la guerra.

Mises como enseñante

¿Cómo fue de bueno como maestro? Sus clases en la Universidad de Viena tenían bastante asistencia y él ponía el énfasis, naturalmente, en su seminario. Pero a la mayoría de los profesores no les gustaba Mises y un estudiante cuyo expediente demostraba que había estudiado con él era tratado con gran severidad. Así que algunos alumnos pidieron a Mises que los aceptara en su seminario sin incluirlos en el Index, la lista de clase. No hace falta decir que estos tímidos estudiantes nos recibían “créditos” (por usar una expresión estadounidense) por el seminario. Sencillamente querían aprovechar la riqueza del pensamiento de este gigante intelectual. Las obras de sus colegas hoy están olvidadas, pero el impopular Mises sigue vivo y lo estará por siempre. El que la gente en el poder siga su consejo y haga caso de sus advertencias es otra cosa, por supuesto.

El seminario privado

Aparte de los seminarios oficiales a los que acudían los alumnos normales, Mises, siempre dispuesto a divulgar sus ideas, también tenía un seminario privado. En una gran sala de la Cámara de Comercio invitaba cada quincena a un grupo de estudiantes de posgrado y personas distinguidas, hombres y mujeres, que posteriormente dejarían su huella en el campo de la economía y otras materias. Aquí me gustaría mencionar a Friedrich Engel von Jánosi, un notable historiador austriaco, que también enseñó en universidades estadounidenses. Pero los tres economistas más conocidos del grupo fueron Friedrich August von Hayek, Gottfried von Haberler y Fritz Machlup, que fueron los tres posteriormente profesores en Estados Unidos. Me gustaría señalar que Hayek no se inició como economista, sino como biólogo. Tomo parte en el último año de la Primera Guerra Mundial (tratando, como Mises, que fue herido de gravedad, de impedir que el “se hiciera al mundo seguro para la democracia”). Esta experiencia cambió sus ideas. Decidió asumir una carrera que le pusiera en contacto con la gente, con la vida real y no dejarle aislado en un laboratorio. Pero, como sabemos por sus escritos, nunca renunció a su interés por la ciencia pura, así como por otras humanidades, sobre todo la ciencia política.

También la economía puede quedarse en una torre de marfil, pero Mises rechazaba vivir en una estructura como esas. Permaneció soltero durante tanto tiempo y disfrutó sinceramente de la vida social de la Viena imperial e incluso de la mucho más mezquina Viena republicana. ¿Qué podía ofrecer Viena a un hombre culto como Mises? Había multitud de autores: Schnitzler, Zweig, Broch; compositores como von Webern, Mahler, Berg, Schönberg y filósofos como Carnap, Schlick y Wittgenstein. Max Weber era profesor invitado en Viena y se hizo amigo íntimo de Mises. También estaban nombres como Robert von Musil, Rainer Maria Rilke, Hugo von Hofmannsthal, pintores como Kokoschka, Klimt o Schiele, sin olvidar a los grandes médicos, muchos de ellos miembros de la nobleza, que disfrutaban en Viena de un estatus que no tenían en ningún otro lugar. En la república fueron homenajeados en monedas y sellos. Además, había estupendas diversiones: conciertos de primera clase, dos óperas, el Burgtheater, el teatro privado del Emperador, aunque lógicamente inaccesible al público, el Theater in der Josefsstadt, el teatro de repertorio de Reinhardt, donde se ponían en escena la mayoría de las obras originales y muchos otros teatros muy bien subvencionados. Mises asistía mucho al teatro y las demás bellas artes significaban mucho para él. Como continental culto, evidentemente le encantaba leer lo que llamamos en alemán schöngeistige Literatur (y en francés belles lettres), no solo “ficción”. Cuando conocí a Mises, este deploró la muerte de Robert von Musil en su exilio suizo. Puedo entender por qué Mises admiraba la obra de Musil, un alma algo similar y “muy austriaca”. Mises necesitaba las artes para contrarrestar su creciente melancolía mezclada con una verdadera indignación por el colapso gradual de la civilización y la cultura occidentales a las que se sentía tan profundamente ligado.

Mises en América

En Estados Unidos, Mises tuvo un renombre considerable entre lo que llamamos círculos conservadores y libertarios. Sin embargo, su carrera en la universidad se vio dificultada por mezquindades y prejuicios similares a los que había encontrado en Viena, aunque venían de bandos muy distintos. Sin la ayuda de fundaciones generosas, sus condiciones de vida allí habrían sido bastante limitadas. Es bien sabido que los libros intelectuales de un nivel verdaderamente no se convierten en superventas (aunque La acción humana fue seleccionada por el Club del Libro del Mes).

Mises, como cabría esperar, captó bien el escenario estadounidense. Rápidamente descubrió las razones sociopsicológicas por las que la universidad estadounidense se estaba escorando hacia la izquierda. En los salones universitarios Mises parecía un pensador muy excéntrico que trabajaba bajo el “defecto alemán” de una forma de razonar demasiado sistemática, rígida e intransigente. De hecho, no estaba dispuesto a “camuflarse” con su entorno. Tal vez no gustara a todos, pero tenía discípulos fieles y, muy merecidamente, verdaderos admiradores. Predicaba el individualismo y era un individualista. Contrario a cualquier titubeo, no buscaba la popularidad, sino la verdad. A muchos estadounidenses e ingleses sus ideas les parecían hiperbólicas, como, por ejemplo, entregar el servicio de correos a la empresa privada (hoy una realidad en muchos países). No era un “tipo común”, sino un caballero de la vieja escuela y, sobre todo, un gran intelectual que había redescubierto verdades permanentes olvidadas y atacado nuevas supersticiones. Nunca se rindió. Luchó hasta su último aliento. Tal vez recordara el primer verso del himno nacional polaco, que oyó a menudo en su niñez: “¡Polonia todavía no está perdida!” Desde entonces, ha renacido dos veces de las cenizas. Bueno, la libertad todavía no está perdida si, como Ludwig Edler von Mises, realmente luchamos por ella.

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