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Necesitamos un presidente de la paz

La mayoría de la gente está de acuerdo en que estamos más cerca de una guerra nuclear que en cualquier otro momento desde la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962. Algunos incluso afirman que estamos más cerca ahora que en aquellos fatídicos días, cuando los misiles soviéticos en Cuba estuvieron a punto de desencadenar una guerra nuclear entre los EEUU y la URSS.

En aquellos días nos decían que estábamos en una lucha a vida o muerte con el comunismo y que, por tanto, no podíamos ceder ni un metro cuadrado de territorio o las fichas de dominó caerían una a una hasta que los «rojos» nos gobernaran.

Esa crisis fue muy real para mí, ya que fui reclutado en el ejército en medio del enfrentamiento entre los EEUU y la URSS por Cuba y todos podíamos sentir lo cerca que estábamos de la aniquilación.

Afortunadamente, en aquel momento teníamos en la Casa Blanca a un presidente que comprendía los peligros de la política de riesgo nuclear. Aunque estaba rodeado de halcones que nunca le perdonarían haber abortado la estúpida invasión de Cuba por Bahía de Cochinos, el presidente John F. Kennedy cogió el teléfono para mantener una conversación con su homólogo soviético, Nikita Jruschov, que acabó salvando al mundo.

Los historiadores nos cuentan ahora que el Presidente Kennedy aceptó retirar los misiles de los EEUU de Turquía a cambio de que los soviéticos retiraran los de Cuba. Fue un caso clásico de cómo la diplomacia puede funcionar si se emplea adecuadamente.

Está demasiado claro que hoy no tenemos un John F. Kennedy en la Casa Blanca. Aunque ya no nos enfrentamos a un imperio soviético y a la ideología comunista como justificación para adoptar un tono de confrontación hacia Rusia, la Administración Biden sigue arrastrando a los EEUU hacia un conflicto nuclear. ¿Por qué nos ponen a todos en peligro? La misma vieja «teoría del dominó» que quedó desacreditada en la Guerra Fría: si no luchamos contra Rusia hasta el último ucraniano, Putin pronto estará desfilando por Berlín.

Todo esto empezó con la promesa de Biden de enviar únicamente uniformes y suministros médicos a Ucrania por miedo a desencadenar una represalia rusa. De ahí pasamos a misiles antitanque, lanzacohetes múltiples, misiles Patriot, vehículos de combate Bradley y millones de cartuchos de munición. La Administración Biden anunció la semana pasada que enviaría munición de uranio empobrecido a Ucrania, que envenena la tierra durante milenios. Hay rumores de que pronto se entregarán misiles ATACM de largo alcance, que podrían atacar profundamente en Rusia.

Al parecer, también están en camino cazas F-16.

La lógica de escalada de Washington, nos dicen, es que dado que los rusos no han tomado represalias directas contra la OTAN por el apoyo directo de la OTAN a la maquinaria de guerra de Ucrania, podemos estar seguros de que nunca responderán.

¿Es realmente una apuesta inteligente? Para muchos está claro que el despegue de cazas F-16 construidos en EEUU desde bases de la OTAN con pilotos de la OTAN atacando a rusos en Ucrania —o incluso a la propia Rusia— sería una declaración de guerra a Rusia.

Eso significa la Tercera Guerra Mundial, algo que conseguimos evitar durante toda la Guerra Fría.

El Congreso guarda silencio —o se muestra complaciente— mientras avanzamos tambaleándonos hacia el desastre sin un objetivo estratégico de los EEUU discernible. Biden —o quienquiera que esté dirigiendo el espectáculo— sigue adelante.

A medida que nos adentramos en el ciclo de elecciones presidenciales de los EEUU, una cosa está clara: necesitamos desesperadamente un presidente de la paz que haga por nosotros lo que JFK hizo por los EEUU durante la crisis de Cuba. Esperemos que no sea demasiado tarde.

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Image Source: Wikimedia
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